Una izquierda que administre, no solo resista | Opinión de Gael Haziel
- La Redacción
- 19 jun
- 2 Min. de lectura

No tendría por qué haber una contradicción entre el legítimo empeño de la Cuarta Transformación por anteponer el bienestar de las mayorías y un ejercicio profesional, r
acional y eficaz de la administración pública. Y, sin embargo, esa tensión persiste como una de las principales asignaturas pendientes del proyecto lopezobradorista.
La 4T necesita ingenieros, no solo creyentes
Los gobiernos de izquierda, en buena parte del mundo, han enfrentado históricamente una dificultad recurrente: hacer compatibles sus principios de justicia social con modelos de gestión pública eficientes. Mientras los regímenes de derecha suelen apostar por la concentración de la riqueza —a costa del abandono de los sectores populares—, las administraciones progresistas tienden a caer en estructuras burocráticas pesadas, poco ágiles, desorganizadas.
El primer sexenio de la 4T es prueba de ello. No se puede negar su impacto: haber sacado a más de nueve millones de mexicanas y mexicanos de la pobreza, o haber incrementado de 25 a 31 por ciento la proporción del PIB que corresponde a los trabajadores, es un cambio de fondo en un país históricamente diseñado para favorecer al tercio más privilegiado de la población. Solo por eso, el movimiento encabezado por el expresidente López Obrador se justifica y cobra sentido. De no haberse producido este viraje, es probable que México estuviera enfrentando una crisis de legitimidad aún más grave, con consecuencias sociales y políticas impredecibles.
Pero también es necesario reconocer que no basta con tener buenas intenciones o causas nobles. La eficiencia institucional importa. Y mucho. Porque sin ella, los proyectos transformadores corren el riesgo de quedarse en el terreno de lo simbólico o, peor aún, de desvirtuarse por la improvisación, el voluntarismo o la obediencia ciega.
Cuando las buenas ideas fallan en la ejecución
Lo vimos con el Tren Maya y con la refinería de Dos Bocas. Proyectos que, en su concepción original, respondían a una lógica de justicia territorial —el sureste abandonado— y de soberanía energética —la dependencia inaceptable de combustibles importados—. Dos ideas necesarias. Pero en su ejecución, ambos terminaron marcados por decisiones apresuradas, falta de planeación técnica, y una lógica política que privilegió la voluntad presidencial por encima de los estudios de factibilidad, la racionalidad económica y la sostenibilidad ambiental.
No se trata de caer en comparaciones simplistas con gobiernos anteriores. También el neoliberalismo fue ineficiente y corrupto. Ahí están la Estela de Luz o el tren México-Toluca como monumentos al despilfarro. Pero si la 4T quiere marcar un parteaguas real y duradero, debe demostrar que puede hacer las cosas distintas no sólo en el qué, sino en el cómo.
Porque sí es posible una izquierda que distribuya mejor la riqueza y que también sepa planear, presupuestar, ejecutar y evaluar con rigor. Una izquierda que no sólo sea ética, sino también eficiente. Ese es el siguiente paso de la transformación. Y no podemos darnos el lujo de fallar.
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