El pasado no se borra, pero sí nos habla | Opinión de Leonardo Lozano
- La Redacción

- hace 4 horas
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Somos, en gran medida, el reflejo de lo que vivimos. De los lugares donde crecimos, de las palabras que escuchamos en casa, de los silencios que se repitieron, de las conductas que aprendimos sin darnos cuenta. El pasado no es una fotografía estática, es una huella viva que se manifiesta en nuestras decisiones, en nuestras reacciones y muchas veces, en nuestros errores.
Durante una intensa jornada de pláticas desde la Coordinación de Seguridad Juvenil del Instituto Chihuahuense de la Juventud, confirmé algo que aunque sabemos, pocas veces enfrentamos de frente; las conductas se transmiten, se normalizan y se heredan. No siempre por maldad, sino por contexto.
En ese camino, quiero hacer un reconocimiento amplio y sincero al maestro Mario Alberto Trillo, con quien hemos trabajado de la mano. Su labor va mucho más allá de impartir clases. Él es docente de jóvenes privados de la libertad en el Centro Estatal de Reinserción Social para Adolescentes Infractores (CERSAI), en la ciudad de Chihuahua. Enseñar en ese espacio no es solo dar una lección académica; es apostar, todos los días, por la posibilidad de cambiar una vida cuando parece que todo está perdido.
El maestro Trillo también escribió un libro que no debería pasar desapercibido: “Cuando el silencio estalla”. No es una obra cómoda. Es un golpe directo a la conciencia. En sus páginas no se romantiza el delito ni se justifica la violencia; se expone la crudeza de historias reales, de jóvenes infractores que tomaron malas decisiones, pero cuyas decisiones no surgieron de la nada.
Ahí está el verdadero valor del libro, el detrás de cada delito. Familias rotas, hogares marcados por la ausencia, el desamor, la violencia, las adicciones. Nada justifica un crimen, y toda acción debe tener consecuencias, pero entender el origen de esas decisiones es indispensable si realmente queremos prevenir que se repitan.
Tuvimos la oportunidad de asistir a la presentación del libro y fue inmediato, esta obra tenía que llegar a más jóvenes, a más escuelas. ¿Por qué? Porque en esa exposición no habla el autor, hablan los jóvenes a través de él. Hablan quienes hoy están tras las rejas por una mala decisión. Hablan quienes, hace algunos años, se parecían demasiado a cualquier estudiante de preparatoria.
La prevención no es un discurso vacío. Es mostrar la realidad tal cual es. El dato es contundente: el 100% de los jóvenes que se encuentran en el CERSAI han consumido algún tipo de droga, y la mayoría lo hizo durante los actos delictivos que cometieron. Las adicciones y las malas amistades no llevan a ningún lugar bueno. Dañan la salud, destruyen proyectos de vida y terminan cobrando facturas demasiado altas.
Y aquí viene la parte más incómoda de aceptar, esos jóvenes no son distintos a nosotros. No son “otros”. Son exactamente iguales. La diferencia está en el pasado que les tocó vivir. Nadie elige la familia en la que nace, ni las circunstancias, ni el entorno. Hay infancias que comienzan con amor y oportunidades, y otras que arrancan con carencias, violencia y abandono.
Los hogares son el núcleo de la sociedad, y muchos de los problemas que hoy vemos en nuestras calles nacieron ahí. Hay jóvenes que cometieron los delitos más atroces y que aun así, no tienen un hogar al cual regresar. Qué difícil es correr la carrera de la vida cuando el punto de partida ya está en desventaja.
Pero entender el contexto no significa justificar el delito. Las acciones tienen consecuencias. Justamente por eso existen estas pláticas y estas campañas: para sembrar en las juventudes la conciencia de que sí hay consecuencias, pero también sí hay otros caminos.
Porque al final, es más fácil cargar un sueño y una meta, que cargar una condena toda la vida.







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