¿Una falla técnica o una tragedia anunciada? | Opinión de Leonardo Lozano
- La Redacción

- 19 may
- 2 Min. de lectura

Hace un par de días, un buque mexicano símbolo naval y orgullo nacional terminó impactando contra el Puente de Brooklyn, en pleno Nueva York. Lo que debería haber sido una travesía de representación diplomática terminó en luto, dos jóvenes perdieron la vida, y decenas más resultaron heridos. América Yamileth Sánchez y Adal Jair Marcos no volverán a casa. Y mientras tanto, desde el poder solo escuchamos las mismas frases de siempre: “investigaremos”, “fue una falla técnica”, “todo se hizo conforme al protocolo”. Pero ¿y si el problema no fue solo el motor del barco?
No es la primera vez que una tragedia se intenta reducir a un accidente aislado. A veces parece que la administración actual olvida que la responsabilidad de gobernar también implica prevenir. Que lo que le pasa a un buque de Estado en otro país con tripulación mexicana a bordo también es reflejo de cómo se está conduciendo al país desde adentro.
No se trata del clima. Se trata de cómo se toma el poder.
Cuando un gobierno deja de escuchar a los expertos, cuando militariza todo sin supervisión, y cuando pone más atención a las giras, los discursos y los abrazos simbólicos que al trabajo técnico, pasan estas cosas. Porque no fue el viento el que mató a América y Adal. Fue una cadena de decisiones, de descuidos, de instituciones rebasadas por la centralización y la improvisación.
Y hay que decirlo: lo que pasó no es culpa de los marinos, ni de la tripulación. Es culpa de los de arriba. De quienes convirtieron a nuestras Fuerzas Armadas en herramienta política, llenándolas de tareas civiles, sin fortalecerlas como instituciones profesionales, con recursos y estándares claros.
¿Hasta cuándo va a ser normal morirse por “una falla del sistema”?
Ya van muchas tragedias en estos años que se esconden bajo esa misma excusa. Que si el metro se cayó porque alguien no apretó un tornillo. Que si el huracán arrasó porque no se activaron las alertas a tiempo. Que si el barco se estrelló porque algo dejó de funcionar. Y, al final, siempre hay una rueda de prensa, una palmadita simbólica, una promesa de “revisión interna”, pero nadie renuncia. Nadie da la cara. Nadie se va.
¿Cómo puede un país avanzar si la vida humana sigue siendo secundaria frente al prestigio del poder?
La muerte de estos dos jóvenes marinos no puede convertirse en una cifra más. Tampoco en un pretexto para más desfiles o minutos de silencio en eventos oficiales. Si algo debería dolernos como mexicanos es que tragedias así, que sí pudieron evitarse, se sigan repitiendo como si fueran parte de una rutina inevitable.
Gobernar no es un espectáculo. Es asumir consecuencias. Es cuidar la vida de quienes, desde el mar, la tierra o el aire, representan a nuestra patria. Y es, sobre todo, saber que el poder no se sostiene con aplausos ni abrazos, sino con responsabilidad.







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