Una corte plural, no por diseño, es por realidad política | Opinión de Gael Haziel
- La Redacción

- 5 jun
- 3 Min. de lectura

El tablero institucional se ha movido, y quien no lo quiera ver, está eligiendo cerrar los ojos. Tras la reciente renovación de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y del Tribunal de Disciplina Judicial, el proyecto político que representa la Cuarta Transformación logró un triunfo contundente, sin necesidad de pactos incómodos ni disensos que desgasten. En términos llanos, Morena jugó sola, y ganó por abandono.
Ahora bien, sería un error de análisis –y de honestidad intelectual– reducir esta recomposición a una simple subordinación del Poder Judicial a los dictados del oficialismo. Esa lectura, tan común como superficial, parte de una premisa equivocada: asumir que Morena es un bloque homogéneo y disciplinado. No lo es. Morena es, ante todo, una coalición de fuerzas, de corrientes que se cruzan, compiten y se toleran, muchas veces con incomodidad.
Por eso, más que una Corte sumisa, lo que veremos en los próximos años será una Corte moldeada por tensiones internas, en la que las lealtades, los matices ideológicos y los equilibrios de poder se moverán en tres dimensiones clave: el compromiso con la justicia social, la profundidad técnica y la filiación política.
Primera dimensión: justicia social vs pragmatismo
Aquí la Corte se divide en al menos tres bloques. Por un lado, está el núcleo más claramente identificado con las causas de justicia social, donde figuran perfiles como Hugo Aguilar, Lenia Batres, Irving Espinosa y María Estela Ríos. Son juristas con vocación transformadora y visión social clara.
Por otro lado, hay un grupo más cercano a posiciones pragmáticas o incluso receptivas al discurso del sector privado: Yasmín Esquivel, Loretta Ortiz y Giovanni Figueroa. En este segmento se privilegia la negociación, el consenso y una lectura menos confrontativa del poder económico.
Las incógnitas se llaman Arístides Guerrero y Sara Irene Herrerías. Guerrero, aunque cercano al entorno de la presidenta electa, no ha mostrado hasta ahora un interés visible en los temas de justicia distributiva. Herrerías, por su parte, proviene de una trayectoria más política que jurisdiccional, con afinidades que se alinean con el realismo de Gertz Manero.
Segunda Dimensión: Lealtades Políticas
En esta dimensión, el mapa de fuerzas se entrecruza con la historia reciente del movimiento. Claudia Sheinbaum, indudablemente, es la gran ganadora. Su influencia directa alcanza al menos a Aguilar, Espinosa y Guerrero. A ellos se suman perfiles leales a López Obrador, como Batres, Esquivel, Ortiz y Ríos.
Pero no todo gira en torno al nuevo liderazgo presidencial. También hay señales de viejos vínculos: Figueroa mantiene una relación fluida con el exministro Zaldívar, y Herrerías sigue ligada a la órbita del fiscal Alejandro Gertz. Estos lazos, aunque no definitorios, pueden marcar giros inesperados en votaciones clave.
La nueva Corte no es una pieza uniforme. No es un tribunal monolítico, ni un apéndice dócil del Ejecutivo. Es, en cambio, el reflejo de una coalición amplia y diversa, con tensiones reales que se harán más evidentes conforme avance el sexenio. La luna de miel judicial durará poco.
Lo que sí es seguro es que, al no existir mecanismos de ratificación ni reelección, los incentivos para una obediencia ideológica prolongada son frágiles. Cada ministra y ministro sabrá que su legado se juega no en el aplauso del momento, sino en el juicio de la historia.
Y como en todo proceso político complejo, el desafío no será que la Corte coincida, sino que delibere con altura. Que no sea rehén del poder, pero tampoco de la inercia judicial.
México necesita una Corte a la altura del momento. Ya veremos si esta, con sus luces y sus sombras, está dispuesta a serlo.







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