Soy como quiero ser: el derecho a ser uno mismo | Opinión de Gael Haziel
- La Redacción
- 3 jul
- 2 Min. de lectura

En tiempos donde se exige encajar, pensar como todos, vivir como dicta el algoritmo y opinar según las tendencias, la canción "Soy como quiero ser" de Luis Miguel resuena con una fuerza política y jurídica profunda. Lo que parece una simple declaración de identidad individual, es en realidad una reivindicación de uno de los derechos humanos más poderosos y menos entendidos: el derecho al libre desarrollo de la personalidad.
“Soy como quiero ser, sin mandatos ni fronteras”, canta Luis Miguel, y nos recuerda que nadie debería ser forzado a vivir una vida que no eligió. Ese verso es una afirmación directa de autonomía: la libertad de construir nuestro proyecto de vida sin imposiciones externas, ya sean morales, religiosas, sociales o estatales. En palabras del Poder Judicial, este derecho protege la posibilidad de que cada persona decida libremente su destino, sus creencias, su identidad, su apariencia, su orientación sexual, sus decisiones médicas o reproductivas y hasta su forma de vestir o vivir.
Cuando escuchamos “la que quiera, que me quiera, la que no, que no me quiera”, no sólo oímos una frase valiente, sino una postura ética: no busco agradar a todos, no pretendo complacer a nadie. Soy quien soy. Ese principio de autenticidad está en el corazón del desarrollo de la personalidad: nadie debe renunciar a su esencia para obtener aceptación social.
La Suprema Corte ha dicho que este derecho protege “el ejercicio de la libertad individual en su manifestación más íntima”, y que ninguna autoridad puede impedir que una persona se exprese o se conduzca conforme a su identidad. Se trata de un derecho llave, que abre la puerta a muchos otros: la libertad de conciencia, de expresión, de creencias, de identidad y de intimidad.
Pero el mensaje de la canción va más allá. Luis Miguel canta:
“No navego en barco de papel, puedo cruzar cualquier mar. Si naufrago alguna vez, yo sé que aprenderé a nadar”.
Aquí no sólo afirma su identidad, también su resiliencia. Quien ejerce su libertad, asume riesgos, enfrenta rechazos, se cae y se levanta. Ser uno mismo no garantiza comodidad ni éxito inmediato, pero sí dignidad. Y la dignidad —como lo afirma el artículo 1º de nuestra Constitución— es el fundamento de todos los derechos humanos.
En un país donde aún persisten prejuicios contra quienes se salen de la norma, donde se condena lo diferente y se señala lo libre, defender el derecho al libre desarrollo de la personalidad no es una consigna individualista, sino un acto profundamente democrático.
Respetar que cada persona viva conforme a su propia identidad, sin violentarla ni forzarla a encajar, es respetar la diversidad y la libertad.
El derecho a ser como uno quiere ser no impone, no obliga, no violenta: simplemente exige respeto. Lo dice la canción con claridad:
“A nadie impongo mis ideas, y respeto las de cada quien, por muy extrañas que sean”.
Que quede claro: en una sociedad verdaderamente libre, no se castiga a quien es distinto, no se normaliza lo uniforme, y no se temen las diferencias. Por eso, defender el libre desarrollo de la personalidad es también defender la paz, la pluralidad y la justicia.
Porque yo soy como quiero ser. Y eso no debería ser delito, ni pecado, ni motivo de juicio.
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