Carta de una presidenta a su partido rebelde | Opinión de Gael Haziel
- La Redacción

- 8 may
- 3 Min. de lectura

El pasado domingo, la presidenta Claudia Sheinbaum envió una carta formal al Comité Ejecutivo Nacional de Morena que, más allá del protocolo, constituye una sacudida al interior del partido. No se trata únicamente de un llamado a la cordura o una exhortación al orden: es un parteaguas. La carta es, en realidad, una advertencia con nombre y apellido, aunque sin mencionarlos directamente, a quienes hoy intentan operar el movimiento a su antojo y sin rendir cuentas.
En las primeras horas, muchos interpretaron la misiva como un grito desesperado, una especie de súplica institucional de quien se siente rebasada por las inercias internas del partido que fundó Andrés Manuel López Obrador. Se leyó como un intento último —y quizás tardío— de evitar la descomposición de un proyecto que está desperdiciando su potencial.
Pero limitarse a esa lectura es un error. La carta es mucho más que un gesto de alarma. Es, ante todo, una afirmación de poder.
Por primera vez desde que asumió la presidencia, Sheinbaum se coloca no solo como jefa del Ejecutivo, sino como la jefa política del movimiento. En ese documento, no hay titubeos: la presidenta toma la voz y traza los límites de lo que considera aceptable dentro de Morena. Al hacerlo, desplaza a otros liderazgos que habían intentado, sin éxito, conducir los destinos del partido en su nombre. Ni Luisa María Alcalde, ni Mario Delgado, ni Andy López Beltrán han logrado cohesionar al partido ni encauzar su comportamiento. El mensaje implícito es que la paciencia de Sheinbaum se agotó.
El contraste con la Sheinbaum de septiembre de 2024 es brutal. Aquella que, con un discurso institucionalista, prometía una estricta separación entre el gobierno y el partido, y que incluso anunció que se abstendría de hablarle directamente a la militancia, hoy se muestra decidida a intervenir. Ya no solo opina: ahora dicta línea.
Con una claridad inesperada, la presidenta aborda temas que antes se dejaban a la discreción de los órganos internos del partido: el tipo de campañas que deben realizarse, los perfiles que pueden ser candidatos, la manera de seleccionarlos, e incluso el comportamiento ético —público y privado— de sus militantes. En otras palabras, Sheinbaum ya no gobierna solo desde Palacio Nacional: ha decidido también gobernar desde la sede de Morena.
Detrás de la carta hay advertencias veladas, pero perfectamente audibles. A Gerardo Fernández Noroña, le recuerda que el turismo político en clase ejecutiva no es compatible con los principios del movimiento. A Ricardo Monreal, que volar en jets privados y operar como cacique en Zacatecas contradice el espíritu de austeridad. A Adán Augusto López, que los acuerdos bajo la mesa, especialmente con actores oscuros, deben terminar y que el comportamiento político debe ser congruente con los valores que dicen defender.
Es claro que la Presidenta no está dispuesta a permitir que Morena se convierta en una reedición del PRI o del PRD en sus peores épocas. La carta representa un intento de redefinir el alma del partido antes de que sea demasiado tarde. Pero también plantea una interrogante inevitable: ¿tendrá Sheinbaum la fuerza, y sobre todo la voluntad, para hacer valer sus palabras cuando llegue el momento de imponer sanciones?
Claudia Sheinbaum ha dejado de ser solo la presidenta de México. Hoy, se ha convertido también en la dirigente de Morena. El desafío no es menor: gobernar el país mientras controla un movimiento que, por momentos, parece decidido a autodestruirse. La pregunta ahora es si podrá con ambas tareas.







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