Una nueva clase empresarial para un nuevo México | Opinión de Gael Haziel
- La Redacción

- 12 sept
- 2 Min. de lectura

Hace unas semanas, el expresidente Vicente Fox sorprendió con una confesión inusual: reconoció que uno de los mayores errores de su sexenio fue no haber impulsado un aumento al salario mínimo. Su justificación fue sencilla y reveladora: “Escuché a los empresarios –dijo–, qué tonto fui por creerles”.
Pero Fox se equivoca en algo fundamental. Él no escuchó a “los empresarios”, sino a un reducido grupo de magnates con los que solía compartir comidas privadas y espacios de convivencia política. Aquellos hombres no representaban al conjunto del sector empresarial mexicano, sino únicamente a una élite profundamente privilegiada, acostumbrada a que el Estado se organizara en torno a sus intereses.
Este error no es exclusivo del pasado. En 2025, la política económica sigue cometiendo, aunque en menor medida, la misma equivocación: confundir la voz de unos cuantos con la voz de millones. En México, hablar de “los empresarios” como si fueran una categoría homogénea es profundamente engañoso.
Hoy existen en nuestro país 5.5 millones de empresarios, pero la concentración de la riqueza revela la desigualdad estructural: un pequeño grupo de 55 mil se queda con el 73% de las utilidades, mientras que el 90% restante apenas recibe el 4%. Esta brecha no solo marca diferencias económicas, sino también políticas: quienes concentran el poder económico son los que dominan el cabildeo, las asociaciones empresariales y la definición de la agenda pública.
Por eso, cuando Fox –o cualquier gobierno actual– escucha “la voz empresarial”, en realidad está escuchando a quienes defienden un modelo diseñado para perpetuar su propia posición de privilegio, no necesariamente a quienes crean valor, generan empleos y sostienen la economía local.
La evidencia de los últimos años confirma que lo que beneficia a la élite no siempre coincide con lo que fortalece al país. El mejor ejemplo es el incremento histórico al salario mínimo durante el sexenio de López Obrador. Contra todos los pronósticos catastrofistas, la economía se estabilizó y el mercado interno se fortaleció. Entre 2018 y 2024, los ingresos empresariales promedio crecieron un 23% –sin considerar al 1% más rico–, mostrando que la mayoría de las empresas se benefició de una política que, en principio, la élite más poderosa rechazó con fuerza.
No se trata de excluir el diálogo con el empresariado tradicional, pero sí de tener la claridad de que, muchas veces, quienes dominan esas mesas de negociación ni siquiera son empresarios en el sentido estricto de la palabra. Son herederos de fortunas familiares.
El Estado tiene la obligación de ser audaz e inteligente, de mirar más allá de las cúpulas tradicionales y apostar por políticas que fomenten la innovación, el emprendimiento y la equidad. Solo así será posible romper con la inercia que ha mantenido a México atrapado en un modelo donde la riqueza depende más de los apellidos que de las ideas.
En pleno 2025, seguir consultando únicamente a los empresarios de siempre es condenar al país a los mismos resultados de siempre. Si queremos una economía verdaderamente incluyente, debemos atrevernos a sentar las bases de una nueva generación de empresarios.







_page-0001.jpg)
.png)



Comentarios