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Una crónica del fin 2.0 | Opinión de Rogelio Iván Pérez

  • Foto del escritor: La Redacción
    La Redacción
  • 7 oct
  • 3 Min. de lectura
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En estos días ha generado conversación la serie documental de Denisse Maerker, una crónica del fin sobre el PRI, ese partido que durante setenta años gobernó al país con una hegemonía que parecía inquebrantable. El relato se interna en las entrañas de una maquinaria política que no sólo dictaba gobiernos, sino que moldeaba la vida pública misma. En sus episodios aparecen voces de expresidentes y personajes que marcaron distintas épocas, desde Carlos Salinas de Gortari y Cuauhtémoc Cárdenas, hasta Enrique Peña Nieto y Marcelo Ebrard, recordándonos que muchos de los protagonistas del presente político tienen origen en esa misma raíz. Lo que queda claro es la ruptura que significó el arribo de los tecnócratas, formados en universidades extranjeras, que chocaron con los políticos de antaño, los de territorio, los que sabían operar el poder desde lo local. Esa fractura, entre élites ilustradas y operadores del acarreo, fue el principio del fin de la hegemonía priista.


Hoy podemos mirar una especie de símil en Morena. Porque lo que se observa en el partido que hoy gobierna, bien podría darnos lecturas a la serie de quienes ya tuvimos la oportunidad de ver. Desde el poder se quiere instalar la idea de que existe un bloque único, sin fisuras, que domina todo el panorama. Pero en la realidad Morena gobierna apenas el cuarenta por ciento de los municipios del país y en varios estados su control territorial no es absoluto. Es cierto que hoy ocupa la presidencia, tiene mayoría en el Congreso y controla buena parte de las instituciones, pero esa hegemonía no es tan total como se presume. Ya ha perdido municipios claves y en otras regiones se le disputan espacios que antes parecían seguros.


Lo interesante es que esta misma lectura se ha planteado a través de un podcast de N+ Noticias con Denise Maerker, donde se habla de cómo en Morena conviven tensiones que recuerdan a las que partieron al PRI. Se señala la existencia de dos almas: la política profunda de los gobernadores y operadores que trabajan el territorio y, por otro lado, la visión tecnocrática de quienes buscan darle un rostro distinto al poder, con Claudia Sheinbaum como ejemplo. Esa dualidad es la misma que en su momento abrió las grietas del priismo y que hoy amenaza con repetirse.


Los hechos recientes muestran que las fracturas no son imaginarias. Adán Augusto López, que en su momento fue carta fuerte dentro del círculo más cercano al presidente, arrastra investigaciones por millones de pesos no declarados y acusaciones de haber encubierto a personajes ligados al crimen organizado en Tabasco. Sus campañas internas superaron con creces los topes de gasto, exhibiendo una lógica de poder personalista que contradice el discurso de austeridad. Al mismo tiempo, los escándalos de corrupción han comenzado a golpear la imagen del partido: en los últimos meses sus niveles de aprobación han caído varios puntos, mientras la figura de la presidenta Sheinbaum se mantiene alta, incluso más que la de López Obrador en su primer año.


Esa contradicción es el signo de que la aparente unidad no es tan sólida. Lo que hoy enfrenta Morena es la misma disputa que marcó al PRI: entre quienes creen que el futuro se asegura con tecnocracia y gestión eficiente, y quienes confían en la fuerza de la política de territorio. Si esa fractura se ensancha, el partido que se vendió como movimiento histórico puede repetir el destino de aquel que alguna vez se llamó invencible.


La historia que cuenta el documental de Maerker y la reflexión abierta en el podcast de N+ Noticias no son recuerdos muertos, son advertencias vivas. El PRI no cayó por un golpe externo, cayó por sus propias contradicciones internas. Y es aquí donde se abre una oportunidad distinta: la de que una oposición sólida y verdadera tome la batuta. Que entienda que lo que está en juego no es sólo una contienda electoral, sino la recuperación de un equilibrio de poderes perdido durante el último sexenio. Quizá sea en las elecciones intermedias cuando esa oposición encuentre el momento de ganar las cámaras y de frenar la erosión de la división de poderes que tanto daño le ha hecho a nuestra vida democrática

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