Sheinbaum, entre la carga del poder y los lastres de su propio partido | Opinión de Gael Haziel
- La Redacción
- hace 1 día
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Claudia Sheinbaum llegó a la Presidencia con un liderazgo legítimo y con el bastón de mando de la Cuarta Transformación. Sin embargo, los acontecimientos recientes evidencian que no basta con ocupar la silla presidencial: gobernar con fuerza exige un movimiento sólido, disciplinado y con cuadros a la altura. Y ahí es donde Morena está fallando.
Lejos de convertirse en un soporte, las figuras más visibles del partido han generado más problemas que soluciones. El caso de Adán Augusto López es el más grave: la orden de aprehensión contra su ex secretario de Seguridad en Tabasco, presuntamente vinculado al crimen organizado, lo dejó políticamente expuesto. Su última aparición en el Senado, arropado por apenas un puñado de legisladores, fue un retrato de su aislamiento. Este episodio no sólo desplomó su influencia interna; también dejó manchas en la narrativa de un gobierno que prometió limpiar la política de esas viejas prácticas.
Pero Adán Augusto no es el único. Ricardo Monreal, coordinador de los diputados, navega entre contradicciones y cálculos personales que lo alejan de una verdadera función de operador político confiable. Fernández Noroña, presidente del Senado, vive en un equilibrio precario entre exabruptos verbales y polémicas mediáticas que terminan por restar más de lo que suman. Incluso Andy López Obrador, a quien muchos veían como el heredero natural de las estructuras del partido, parece desdibujado. Su papel ambiguo, oscilando entre la influencia y la ausencia, genera ruido y expectativas que ni él mismo parece dispuesto a cumplir.
Estos tropiezos tienen un costo: en vez de fortalecer al gobierno federal, lo exponen. Cada escándalo, cada exceso, cada declaración fuera de lugar se convierte en un distractor que erosiona la imagen de la 4T y, por extensión, de la propia Presidenta. Sheinbaum ha logrado consolidarse como la única figura con autoridad moral y política dentro del movimiento, pero ese avance ocurre a costa del derrumbe de otros cuadros. Y eso, lejos de ser una ventaja absoluta, acarrea un problema serio: el vacío de operadores capaces, de voceros confiables y de contrapesos internos.
En la práctica, Sheinbaum carga casi en solitario con la responsabilidad de sostener la agenda y la imagen del proyecto. Morena debería ofrecerle aliados con peso y legitimidad para lidiar con gobernadores, líderes sindicales, partidos de oposición y otros factores de poder. Pero la realidad es que esos “alfiles” simplemente no existen o están demasiado ocupados apagando incendios propios.
La 4T se pensó como un movimiento colectivo, pero hoy parece una estructura sostenida por un solo liderazgo, rodeada de figuras que, en lugar de ayudar, complican. Si Sheinbaum no encuentra —o no forma— cuadros fuertes y leales, la Presidenta corre el riesgo de que los lastres de su propio partido terminen afectando su gobierno tanto como la oposición nunca pudo.
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