La Ciudadanía como Motor del Cambio en las Grandes Naciones | Opinión de María Antonieta Pérez
- La Redacción

- 26 ago
- 3 Min. de lectura

La historia del desarrollo de los grandes países muestra que las transformaciones más profundas no han surgido únicamente de los gobiernos o de las élites económicas, sino de la preparación y el compromiso de la ciudadanía. Cuando los pueblos se educan, se profesionalizan y fortalecen sus valores, generan la fuerza social que impulsa los cambios políticos, económicos y culturales que llevan a una nación a consolidarse como un país desarrollado. El Decálogo del Desarrollo de Octavio Mavila Medina plantea diez principios esenciales para la formación de ciudadanos íntegros y responsables.
Estos principios no solo son una guía para la vida personal, sino también una estrategia colectiva para la construcción de sociedades prósperas, democráticas y solidarias.
1. La educación como cimiento del desarrollo
Los países que han alcanzado altos niveles de desarrollo —como Japón, Corea del Sur o Alemania— lo han hecho apostando por una ciudadanía educada. La educación no es un privilegio, sino un derecho y una obligación colectiva. Una sociedad preparada desarrolla pensamiento crítico, innovación y la capacidad de resolver problemas. Según el decálogo de Mavila Medina, la limpieza, el orden y la disciplina son hábitos que comienzan en lo individual, pero que al practicarse de manera generalizada generan instituciones fuertes y economías sólidas.
2. La ética y los valores como guía de la acción social
El progreso sin valores es frágil. Países que han tenido avances económicos pero han descuidado la ética y la transparencia terminan enfrentando crisis de corrupción y desigualdad. En cambio, cuando la ciudadanía vive con rectitud, honestidad y responsabilidad, se construye confianza social, el recurso más importante para que florezca la economía y la democracia. El decálogo del desarrollo impulsa la práctica de valores como la honestidad, la gratitud y la solidaridad, indispensables para consolidar un futuro estable.
3. La profesionalización de la ciudadanía
El desarrollo requiere ciudadanos altamente capacitados en sus profesiones. El talento humano es la riqueza más valiosa de una nación. Corea del Sur, devastada tras la guerra en los años 50, apostó por la capacitación técnica y universitaria de su población, logrando en pocas décadas convertirse en una potencia tecnológica. La ciudadanía preparada transforma la economía con innovación, eficiencia y visión global. El decálogo recuerda que la superación constante y la búsqueda del conocimiento son la clave para un crecimiento sostenido.
4. La participación social y política
Los cambios profundos en los países surgen cuando los ciudadanos participan de manera activa en los asuntos públicos. La democracia no es solo votar, es también involucrarse en la construcción de soluciones y exigir rendición de cuentas. El decálogo promueve la responsabilidad, la justicia y el compromiso con el bien común, principios que fortalecen la vida pública y previenen el autoritarismo. Una ciudadanía activa es la mejor garantía de que los cambios sean duraderos y estén orientados al bienestar de todos.
5. La unión de la familia y la comunidad
Los grandes países han entendido que el desarrollo inicia en la familia y se expande hacia la comunidad. Sociedades cohesionadas, donde se fortalecen los vínculos y se cultiva el respeto mutuo, generan ciudadanos seguros, empáticos y resilientes. En el decálogo se resaltan principios como el amor, la gratitud y el respeto, que si bien parecen valores íntimos, se convierten en la base de una sociedad que trabaja unida hacia metas comunes.
6. Conclusiones
El desarrollo de los países no se puede comprender únicamente como un proceso económico, sino como una construcción cultural y ética liderada por la ciudadanía. La preparación académica, la profesionalización, el compromiso cívico y la práctica de valores forman el verdadero motor de los cambios históricos. Tal como lo plantea el Decálogo del Desarrollo de Octavio Mavila Medina, los hábitos personales de limpieza, orden, puntualidad, gratitud y solidaridad no son asuntos privados, sino semillas de transformación nacional. La responsabilidad de transformar un país está en cada persona. La ciudadanía consciente y activa es la que convierte las aspiraciones colectivas en realidades. Así, los grandes cambios no vienen solo de arriba, sino que nacen desde abajo, del compromiso diario de hombres y mujeres que construyen el futuro con su ejemplo y su esfuerzo.







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