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El Senado como reality show | Opinión de Gael Haziel

  • Foto del escritor: La Redacción
    La Redacción
  • 28 ago
  • 2 Min. de lectura
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En la Cámara de Senadores ocurrió ayer una de esas escenas que confirman, con ironía involuntaria, el deterioro del debate político. La sesión parecía concluir en orden cuando Alejandro Moreno increpó a Gerardo Fernández Noroña por no haberle cedido el uso de la palabra. Lo que inició como un reclamo verbal derivó en empujones, manotazos y un espectáculo más cercano a la lucha libre que a la deliberación legislativa.


El momento alcanzó tintes surrealistas: justo en medio de la tensión, los legisladores interrumpieron la trifulca para entonar el Himno Nacional. Con fervor patriótico, cantaron “mexicanos al grito de guerra”, y apenas terminado el acto solemne, reanudaron la gresca. La escena habla por sí sola.


Moreno, en un arrebato que lo hizo ver como una especie de “Hulk parlamentario”, repartió manotazos que no alcanzaron la contundencia de un puñetazo, pero sí bastaron para exhibir la fragilidad de Noroña, quien, pese a su corpulencia, apenas atinaba a encogerse. El espectáculo habría quedado en anécdota de sobremesa si no fuera porque, en la refriega, un camarógrafo resultó lesionado y terminó con collarín y cabestrillo. Hoy se le conoce ya como “el Mártir del Senado”.


Más tarde, Fernández Noroña intentó culpar a los medios de comunicación, acusándolos de tergiversar los hechos. Una salida predecible: cuando la realidad incomoda, la prensa es el villano favorito.

 

El otro ring: Tepoztlán

El incidente se enlaza, inevitablemente, con la polémica reciente en torno a la residencia de Noroña en Tepoztlán, valuada en 12 millones de pesos. Interpelado por la evidente contradicción entre su discurso de austeridad y sus bienes de lujo, respondió con desparpajo: “Yo no tengo ninguna obligación personal de ser austero”.


La frase, más allá de la anécdota, desnuda la distancia entre la retórica de la sobriedad republicana y las prácticas privadas de quienes la enarbolan. En el contraste entre prédica y estilo de vida se juega gran parte de la credibilidad de la política.


La presidenta Claudia Sheinbaum, por su parte, buscó restar importancia al asunto al señalar que se trata de un distractor frente al tema mayor: los señalamientos de la DEA que equiparan a Genaro García Luna con capos de alto perfil. Y aunque el punto es atendible, el malestar ciudadano frente a las incoherencias de sus representantes no se diluye con argumentos comparativos.

 

Epílogo

Entre empujones en el pleno y mansiones en Morelos, lo que se revela es la facilidad con que la política mexicana se desliza del terreno institucional al espectáculo. El Senado, espacio que debería ser referente de la deliberación republicana, terminó convertido en escenario de pugilato.


Al final, quizá lo más preocupante no es la pelea en sí, sino la normalización de que nuestras instituciones se presten a este tipo de espectáculos. Y mientras los legisladores se reparten manotazos, los ciudadanos seguimos a la espera de que el debate político se ejerza con ideas, y no con bofetadas.

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