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Despertar soñando: el Plan de Desarrollo Nátiga Busuré y la autodeterminación indígena | Opinión

  • Foto del escritor: La Redacción
    La Redacción
  • 25 jul
  • 4 Min. de lectura
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Hace unos días asistí a la presentación del documental "Tierra y Voz: Justicia en la Sierra Tarahumara", una obra poderosa que deja huella. A través de las palabras, los rostros y los silencios de quienes habitan esa tierra ancestral, el documental nos confronta con una realidad invisibilizada: la resistencia cotidiana de las comunidades indígenas frente al despojo, la exclusión y la imposición.


Escucharlos hablar de su vínculo con la tierra no como propiedad, sino como parte viva de su ser colectivo, despertó en mí una emoción honda y una certeza: no puede hablarse de desarrollo sin la voz, la mirada y el consentimiento de los pueblos que habitan los territorios.

Su relación con la naturaleza, su sentido del tiempo, su forma de vida y su derecho a soñar el futuro son fundamentales para construir una sociedad más justa y sostenible.


En ese contexto de profunda conexión y dignidad colectiva, conocí también el Plan de Desarrollo Nátiga Busuré, elaborado por once comunidades rarámuri de la Sierra Tarahumara, con el acompañamiento de la Consultoría Técnica Comunitaria, A.C. (CONTEC). Se trata de un documento excepcional, no solo por su contenido, sino por su origen. Es el resultado de un proceso participativo, comunitario, intercultural, profundamente humano. Es —como lo define su propio título— un acto de “despertar soñando”, de imaginar y construir un porvenir con los pies firmes en la tierra y el corazón arraigado en la memoria.


Nátiga Busuré no es un plan impuesto desde escritorios lejanos, ni redactado con fórmulas estándar de política pública. Es un tejido de voces, saberes y propuestas nacidas de las asambleas comunitarias, de los recorridos por el territorio, del diálogo entre generaciones.

Cada página de este documento está impregnada del anhelo de vivir con dignidad, de cuidar el entorno, de conservar la cultura, de sanar las heridas que han dejado los megaproyectos, el despojo y la indiferencia institucional.


El plan parte de una mirada indígena del desarrollo, distinta a la que ha predominado en los discursos oficiales. Aquí el desarrollo no significa más carreteras, más turistas o más inversión a cualquier costo. Significa vivir bien, con salud, educación, agua limpia, alimentos sanos, vivienda digna, respeto a la espiritualidad y a las formas propias de organización. Significa tener escuelas con pertinencia cultural, hospitales con intérpretes, sistemas de transporte propios, economía basada en la tierra y no en su explotación. Significa, en suma, ejercer el derecho colectivo a decidir sobre el presente y el futuro.


Lo más valioso de Nátiga Busuré es que pone en práctica el derecho a la libre determinación de los pueblos indígenas, reconocido por la Constitución, los tratados internacionales y una sentencia de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.


A casi tres décadas de la creación del Fideicomiso Barrancas del Cobre, las comunidades aún esperan que se cumpla la promesa de incluirlas en la planeación del desarrollo regional. Mientras los proyectos turísticos crecen y se multiplican, la desigualdad, la pobreza y la contaminación también aumentan. En respuesta, las comunidades no solo resisten: proponen. Y lo hacen con una claridad admirable.


Este plan es, además, una herramienta jurídica y política. Será presentado ante el Consejo Consultivo del Fideicomiso, ante los tres niveles de gobierno y ante el Juzgado de Distrito que debe vigilar el cumplimiento de la sentencia. Pero, sobre todo, es una propuesta de esperanza: una hoja de ruta construida desde el territorio y con el corazón colectivo de quienes, aún en medio de la adversidad, siguen soñando un futuro mejor.


En consonancia con este espíritu, el Papa Francisco, en su mensaje al VII Foro de los Pueblos Indígenas en Roma (10 de febrero de 2025), subrayó: “La defensa del derecho a preservar la propia cultura e identidad pasa necesariamente por el reconocimiento del valor de su contribución a la sociedad y por la salvaguardia de su existencia y de los recursos naturales que necesitan para vivir.”


Además advirtió que es urgente enfrentar “el acaparamiento creciente de la tierra por parte de empresas multinacionales, grandes inversionistas y Estados”, una amenaza que atenta directamente contra el derecho a una vida digna. En su reflexión, el Papa también afirmó que defender estos derechos “no es solo una cuestión de justicia, sino también una garantía de un futuro sostenible para toda la humanidad.”


Las palabras del Pontífice resuenan en perfecta sintonía con el Plan Nátiga Busuré, que asume esa defensa de la cultura, identidad y recursos como base para construir el bienestar propio y colectivo. Porque, al fin y al cabo, lo que está en juego no es solo el futuro de las comunidades rarámuri, sino el de todo el territorio compartido, y también la posibilidad de un país y un planeta donde nadie quede excluido o invisibilizado.


La experiencia de ver el documental y conocer este plan, reforzada por el mensaje del Papa, me dejó una enseñanza clara: los pueblos indígenas no necesitan que nadie hable por ellos. Necesitan que los escuchemos con respeto, que reconozcamos sus derechos, y que estemos dispuestos a caminar junto a ellos en la defensa de la vida, del territorio y de la dignidad. Nátiga Busuré no es solo un plan de desarrollo. Es una declaración de amor a la tierra, una exigencia de justicia, y un ejemplo de cómo se construye la esperanza desde abajo, con raíces profundas y mirada larga.


Cuando un pueblo decide “despertar soñando”, no está escapando de la realidad. Está construyendo, con coraje y ternura, una nueva realidad posible. Y en ese sueño compartido, todas y todos tenemos algo que aprender, que respetar y que defender.

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