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Agosto, mes de la juventud: sueños que se escriben en presente | Opinión de Leonardo Lozano

  • Foto del escritor: La Redacción
    La Redacción
  • 11 ago
  • 3 Min. de lectura
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Agosto es un mes especial. Es el mes de la juventud, un recordatorio vivo de que la vida se nos ha entregado para aprovecharla, para soñar y sobre todo para actuar. Son fechas que nos invitan a detenernos un momento y reflexionar sobre lo que estamos haciendo con nuestros talentos, con nuestra energía, con nuestra voz. Y no es casualidad que precisamente en este mes, miles de estudiantes estamos iniciando un nuevo ciclo escolar.


Libretas en blanco, mochilas llenas de ilusiones, madrugones que volvemos a formar parte de la rutina y ese olor a libros nuevos que nos recuerda que estamos construyendo el futuro, página por página.


Porque sí, estudiar no es solo memorizar conceptos o pasar exámenes. Es un acto de fe en uno mismo. Es decir: "Sé que lo que aprendo hoy me servirá para conquistar el mañana". Pero la realidad que enfrentamos los jóvenes no siempre es sencilla. Vivimos en un país donde hay cada vez más sueños por alcanzar, pero también más obstáculos que superar. Vemos a compañeros que sueñan con cosas que antes parecían imposibles y que ahora están más al alcance y a la vez vemos a otros que abandonan la escuela, no porque no tengan talento, sino porque el miedo, la falta de oportunidades o la indiferencia de las autoridades les cortan el camino.


Aquí en nuestro estado, sentimos todos los días, el resentimiento y las barreras, por parte del gobierno federal. Es imposible ignorar cómo temas tan urgentes como la salud se han dejado de lado. El ejemplo más claro es la falta de un hospital que tanto necesitamos y que sigue siendo una promesa sin cumplir. Si no se atienden siquiera las necesidades más básicas, como la atención médica, ¿qué nos garantiza que se apoyará de verdad a un joven que quiere emprender, que busca trabajo o que lucha por terminar su carrera universitaria? La respuesta, lamentablemente, la vemos en la calle, un sistema que abraza el conformismo más que la superación, que ofrece dádivas a corto plazo en lugar de soluciones duraderas y reales.


Muchos programas y apoyos universales se presentan como “la gran ayuda” para las familias, pero en el fondo descuidan lo esencial. ¿Dónde queda el verdadero apoyo al deportista que entrena horas y horas para representarnos? ¿El respaldo legal para el niño que queda solo porque su padre fue arrestado al caer en un camino de delincuencia que pudo evitarse con oportunidades reales? ¿El acompañamiento a estudiantes que aspiran a ser médicos, abogados, ingenieros o maestros que transformen comunidades? El problema no es nuevo, pero sí es cada vez más urgente. Y nosotros los jóvenes, lo sentimos y lo vivimos.


No podemos quedarnos en la queja. Somos el presente y el futuro de este país. Tenemos en nuestras manos la capacidad y la responsabilidad accionar para cambiar la historia de nuestra comunidad, de nuestro estado y de México entero. Y no hablo solo de política. Hablo de influir en la cultura, en la forma de relacionarnos, en los valores que defendemos y transmitimos. Los cambios verdaderos empiezan cuando cada uno de nosotros se cree capaz de lograrlos.


Por eso, en este inicio de ciclo escolar, mi mensaje es claro: sueña en grande. No tengas miedo de ponerte metas altas. Créetela. Sal a romperla y recuerda que la historia la construyen mujeres y hombres decididos, que no se conforman con lo que hay, que se levantan incluso cuando la vida les ha dado razones para rendirse. Haz lo que hagas ya sea estudiar, emprender, servir, crear, hazlo con todo el corazón y siempre de la mano de Dios.


Lo que hoy parece pequeño, mañana puede ser gigantesco. Los retos no son murallas para frenarte, sino escalones para subir más alto. Si estás en un lugar, es porque puedes aportar algo, aunque tu papel parezca pequeño. A quien más se le da, más se le exige; y a quien más se le confía, más se le pedirá. Eso no es una carga, es un honor.


La juventud no es solo una etapa de la vida; es una actitud. Es la capacidad de ver oportunidades donde otros ven problemas. Es la fuerza para seguir intentando cuando todo parece perdido. Y es la convicción de que las causas justas valen la pena, aunque el camino sea largo y difícil.


Hoy, más que nunca, necesitamos jóvenes con convicción, con libertad, con amor a la patria, con apego a la familia y con hambre de justicia. No aceptemos que nos digan que no se puede. La historia de nuestro tiempo la escribiremos nosotros. Con toda la actitud, con todas las ganas, la mente en alto y la fe bien puesta.

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